Recuerdo una anécdota que me contara mi madre referida al tema del velo. Acababa de fallecer mi abuelo materno (a quién le debo mi nombre) y ella, fiel a la “tradición de su pueblo”, vistióse de negro de pies a cabeza.
Mi madre fue siempre (y pese a la edad y lo vivido, es) de complexión trabajadora y mente subyugada. Tuvo necesidad de acudir donde trabajaba mi padre. Llegada allí, el encargado se dirigió a mi padre con esta misiva: “tu madre está a la entrada y pregunta por ti”
Pues el luto, verdaderamente, vestía de vejez –y muerte– a la persona.
Mucho más recientemente (otra anécdota), acompañé a una monjita a cierto recado en la ciudad. Circulando por una avenida principal, al ver a una –presumible– mahometana, me dice: “No sé porqué tienen que cubrir su cabeza y vestir así”. Verdaderamente, de nuevo, quedé asombrado de aquella exclamación; y repliqué: “igual que vosotras, ¿no?” Pero ella, muy decidida, añadió: “¡No… nosotras lo hacemos por fe!”
Quede claro (y no precisamente entre paréntesis) que esto lo digo porque solo se destruye aquello que se odia o se teme; llegado el caso, se critica lo que se ama y respeta.
Y os estoy hablando de mi madre y de mis hermanitas.
Pero esto del velo, ¿acaso pretendemos ocultar tras él la vergüenza por nuestros hijos que muestran sin mayor apocamiento sus calzoncillos de “marca” frente a adolescentes que resguardan con él -el velo- su íntimo fervor? ¿Por qué en este caso debemos suponer imposición… mayor que la que supusimos en el velo con los que “enterrábamos a nuestros muertos”?
¿Pretendemos rasgar velos a la belleza externa… y poner remiendos de buen paño y oro fino a la inmundicia que sale de nuestro interior?
Los sentimientos, aprendí en pareja en un bien hallado Encuentro, no son ni buenos ni malos. Calificamos como tales los actos cometidos a raíz de ellos.
Los velos solo ocultan o resaltan (una vez más la ley del péndulo) nuestra belleza.
Juzgarla si buena o mala… ¡va más allá de nuestra competencia!
Pues ella, mi competencia, debiera quedarse en lo que siento, en lo que amo.
martes, 20 de abril de 2010
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Buena experiencia , cada cual la suya.
ResponderEliminarA la salida de un monasterio, unas calles más abajo, había un tenderete ambulante con unos marroquiés. Las mujeres con sus velos cubriendo la cabeza y esos enormes ojos hicieron que una monja de clausura las saludaran; ellas se reían y reían. La monja en cuestión hizo lo propio también se rió. Entonces las jóvenes le preguntaron a la monja:¿Por que lleva usted la cabeza cubierta como nosotras?. La monja le contestó: «Es señal de consagración a Dios», ellas seguían riéndose y añadieron con gran júbilo:¿Entonces usted también es vigen como nosotras?.
He aquí, dos experiencias distintas con un mismo velo.
Con ternura.
Sor.Cecilia Codina Masachs O.P
SU CHICO:
ResponderEliminarCuando una persona lleva un velo porque quiere, no por imposición sea musulmana o cristiana, bien.
Pero lo que no me gusta son las mujeres enterradas dentro de un burka.
Cuando yo era jovencita en invierno llevábamos un pañuelo atado a la cabeza.
He ahi las escenas en el cine de la chica en un vespa y su pañuelo, eso si de colores.