He dejado pasar un considerable
tiempo.
Pero no para meditar y poder
reflexionar profundo sobre el tema. Quiera Dios que, como todas las anteriores,
sea ésta una entrada totalmente entregada al sentimiento fugaz pero intenso de
la palabra, del alma,... expresión del ser cuando ésta calla.
No creo ni en el destino ni en
las casualidades. Tengo fe en los insondables caminos que, de forma forzadamente
sinuosa, tan rectos nos conduce al Padre nuestro Señor.
El día 21 del mes pasado, tras
una larga (pero gracias a mi posición laboral, breve en el tiempo) sucesión de
pruebas me diagnosticaron demencia. Los síntomas que describía y que se agudizaban desde las navidades
pasadas podían explicarse a la vista de las “moderadas hipoperfusiones” que
mostraba el estudio gammagráfico (PET). Dada mi edad, sería muy voraz; el neurólogo me
recomendó acudir a otro aún más especializado para valorar el alcance.
Curiosamente, fue ésta una de las
pocas veces que mi chica no pudo venir conmigo al médico; hasta para hacerme un
análisis de sangre quiere acompañarme y en esta ocasión se lo impidió el
trabajo. Pero nada nos hacía sospechar este desenlace. Una prueba tras otra,
nada patológico mostraban; eran “por si acaso”, “para asegurarnos....”
De vuelta a casa, recuerdo que no
proferí maldición alguna; con nadie me enfadé... Solo, en el interior, sentía
que no era ese el trato que había pactado con El: en un futuro mucho más lejano
habrá de irse primero mi chica y luego yo... ¡Pero no vale hacer trampa!,
mientras tanto, en plenas facultades ella y yo. Bueno, para ser preciso y
sincero, esto último nunca “se firmó” en el pacto; por eso mi temor, tantas
veces, de quedar privado... de mi cuerpo, de quedar paralítico... ¡pero nunca
quedar privado de la mente!
De la primera forma, sentía que podría
“resolverse” algún día nuestro contrato. Y, aun privado de movimiento, resistir
mejor la ausencia. Pero confiaba –y confío– en el amor de nuestro Padre que
algo así no ocurriría pues ¡me sentía –me
siento– tan necesario e importante en las cotidianas labores! (ay de mí)
¡Debo tener la sangre de
horchata!... me he repetido desde todo este tiempo. ¿Acaso nunca creí que fuera
conmigo? ¿Acaso tanta fe tenía?
Puede que nunca lo sepa. Gracias
a Dios la agonía de mi chica y mía, como toda cruz, fue intensa pero breve. Al
día siguiente pudo recibirnos el especialista y despejó toda duda nada más verme:
la enorme cicatriz que cruza mi cara daba otra más probable explicación al PET
y el fuerte golpe de aquel lejano accidente dejaba alguna secuela más que tener
que rehabilitar con tesón y esfuerzo (¿Cómo se le pasó este detalle al primer
especialista?: Hace más de 25 años de aquello y “apostó” por la demencia y no
por la lesión; afortunadamente, parece que perderá la apuesta)
Pero lo que sí sé es que solo
pensé en mí... aunque no necesariamente con egoísmo. Quiero decir que todos mis
vamos pensamientos me impidieron ver el amor multiplicándose que mi chica
empezaba a desplegar en su previsión de cuidados. Solo ella, nadie más que ella
me cuidaría... ¡Dios así se lo permitiría!
Ella no se olvidaría de darme
todo el amor que a mí, a diario, no parece dolerme olvidar
En un par de mañanas, de
madrugada, he recaído en mis hijos porque no estaban en su cama. Pero esta vez,
sintiendo que Tú estabas con ellos. Eso es lo importante. Porque a través de Ti,
los siento cercanos no importa donde estén... Y me siento afortunado de “poder
olvidarme de ellos”
Y así, cuántas veces nos parece asombroso
comprobar con qué facilidad hasta frivolizamos
con las cosas más importantes de la
vida; pero más increíble es constatar la de veces que frivolizamos con nuestra propia
vida... para no enfrentarnos a ella sinceramente.
Sí; soy afortunado. Porque nunca
podré olvidar que con todo, y tantas veces pese a mí mismo, no debiera haber
nadie tan feliz...
Por ello esta entrada: para daros
razón de mi esperanza
¡Ah!... casi se me olvida: el día 21 también fue el día internacional de la Paz